Este fin de semana estuve leyendo a Byung-Chul Han —yo tampoco sé cómo se pronuncia, non ti preoccupare—, pero una idea me quedó clara: vivimos en la sociedad del rendimiento y la auto esclavitud, ya sabes, obtener la “mejor versión de nosotros mismos”. Y pensé: esto somos nosotros, los arquitectos.
Nadie nos obliga a nada, pero ahí estamos: diciendo que sí a todo (cambia esto, cambia lo otro, te quería consultar…), excediéndonos en nuestras competencias («la licencia va lenta, qué habré hecho yo mal), sintiéndonos guardianes de la obra… y encima creyendo que eso es lo normal.
Luego está la estructura de la profesión, que roza la parodia:
Estudios de uno.
O de dos.
O de tres personas.
Da igual el país: Reino Unido, Estados Unidos, Europa (70% de los estudios están compuestos por una persona), China… La inmensa mayoría somos microestructuras intentando sobrevivir en un sistema pensado para equipos grandes, donde sí se pueden repartir tareas y responsabilidades. Consecuencia: saturación, aislamiento y cero margen de maniobra.
Somos arquitectos-isla (copyright).
Cada uno en su trinchera.
Cada uno con su cansancio.
Cada uno exprimiéndose un poco más cada día y estando orgulloso de ello.
Si estás solo, me permito aconsejarte que te muevas:
- Alíate con un constructor y ofrece un llave en mano.
- Alíate con un inversor y detectad oportunidades juntos.
- Alíate con otros arquitectos para tener la fuerza que exige trabajar para la administración.
Los arquitectos no necesitamos rendir más; necesitamos aliarnos para dejar de luchar solos.
